Hacia una cultura de la vocación

Consejos para potenciarla

 

Texto fundamental para la reflexión

Hemos de crear una verdadera y propia cultura vocacional, capaz de traspasar los confines de la comunidad creyente. Ella es una componente de la nueva evangelización. Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado del existir, pero también del morir.

En especial hace referencia a valores un tanto olvidados por cierta mentalidad emergente (cultura de la muerte, según algunos) tales como la gratitud, la aceptación del misterio, el sentido de lo imperfecto del hombre y a la vez de su apertura a lo transcendente, a la disponibilidad de dejarse llamar por otro (o por Otro) y preguntar por la vida, la confianza en sí mismo y en el prójimo , la libertad de turbarse ante el don recibido, el afecto, la comprensión, el perdón, admitiendo que aquello que se ha recibido es inmerecido y sobrepasa la propia capacidad y fuente de responsabilidad hacia la vida.

También forma parte de este cultura vocacional la capacidad de soñar y anhelar, el asombro que permite apreciar la belleza y elegirla por su valor intrínseco, porque hace bella y auténtica la vida, el altruismo, que no es sólo solidaridad de emergencia, sino que nace del descubrimiento de la dignidad de cualquier ser humano.

A la cultura del ocio, que corre el peligro de perder de vista y anular los interrogantes serios en el montón de palabras, se opone una cultura capaz de encontrar valor y gusto por las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro; son las grandes preguntas, en efecto, las que hacen grandes las pequeñas respuestas. Pero son precisamente las pequeñas y cotidianas respuestas las que provocan las grandes decisiones, como la de la fe; o que crean cultura, como la de la vocación.

En todo caso, la cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores, debe pasar cada vez más de la conciencia eclesial a la civil, del conocimiento de lo particular o de la comunidad a la convicción universal de no poder construir ningún futuro sobre un modelo de persona sin vocación. En efecto, dice Benedicto XVI: “La crisis que atraviesa el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas generaciones,  apremiantes  interrogantes sobre el sentido de la vida, confirmando el hecho de que nada ni nadie puede ahogar en el hombre la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Para muchos éste es el campo en el que se plantea la búsqueda de la vocación”.

Precisamente esta pregunta y este deseo hacen nacer una auténtica cultura de la vocación; y si pregunta y deseo están en el corazón de la persona, también de quien los rechaza, entonces esta cultura podría llegar a ser una especie de terreno común donde la conciencia creyente encuentra la conciencia seglar y se confronta con ella. A ésta dará con generosidad y transparencia la sabiduría que ha recibido de lo Alto.

De esta forma dicha nueva cultura será verdadero y propio terreno de evangelización, donde podría nacer un nuevo modelo de hombre y florecer también una nueva santidad y nuevas vocaciones. La escasez, en efecto, de vocaciones específicas—las vocaciones en plural—es sobre todo carencia de conciencia vocacional de la vida—la vocación en particular—o bien carencia de la cultura de la vocación.

Esta cultura llega a ser hoy, probablemente, el primer objetivo de la pastoral vocacional o quizá de la pastoral en general. ¿Qué pastoral es, en efecto, aquella que no cultiva la libertad de sentirse llamados por Dios, ni produce cambio de vida?

 OBRA PONTIFICIA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS. (January 6, 1998)

 

 
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